Por Nadal
Entre tres séculos
Un artigo vivaz de
Alfredo Vicenti
Como
en anos anteriores por estas datas recupero e escolmo para agasallo, deleite e
gozo de cantos visiten esta bitácora un texto ben acaído para os días que vivimos
do ciclo de Nadal da autoría do gran xornalista compostelán e madrileño Alfredo
Vicenti (1850-1916). A escolla vén motivada non só pola temática que nel se aborda,
senón tamén polas numerosas versións que o traballo coñeceu ao longo de tres
séculos, contando a publicación que agora se fai. Por algunha das súas edicións
sabemos que o orixinal debe de levar data de 31 de decembro de 1880, e que veu a luz por vez primeira na espléndida
revista decenal radicada en Madrid La Ilustración Gallega y Asturiana, na
súa edición do 8 de xaneiro de 1881, entrega auroral daquela anualidade. Vicenti
foi redactor e logo director literario da mesma, relevando a Manuel Murguía
nesa responsabilidade. O artigo apareceu logo en Galicia Diplomática
(1882). E no século seguinte en El Diario de Pontevedra (1922), El
Ideal Gallego (1924), El Eco de Santiago (1930) e na revista Finisterre
(1944). É probable que nalgún outro medio máis. E en todos eles con variantes
distintas, nuns casos con modificacións pouco apreciables, só as necesarias para
acomodar o contido ao momento concreto da publicación, e noutros con recortes moito
máis acusados, ben para axustalo aos requirimentos formais do respectivo medio,
ben para omitir aspectos e enunciados que se consideraban irrelevantes ou non
pertinentes por algunha razón. Como queira que for, a reiterada difusión da crónica
de despedida do vello ano e de benvida do novo en diferentes épocas e por parte
de varias cabeceiras con cadanseu ideario, empeño e cariz, abonda para acreditar
o interese e a actualidade do relato, que non perdeu aínda, ao meu modesto entender,
a día de hoxe. Na contribución xornalística de Vicenti mestúranse elementos
etnográficos relativos ao tempo festivo de tránsito interanual e o seus rituais
e celebracións, pagáns e cristianizados, con reflexións persoais de carácter
social e político que non precisan lecturas entre liñas para descubrir a mensaxe
de presente que encerran, e que cada quen pode interpretar como mellor lle
acaia. Non falta nela tampouco unha ollada intercultural. Nin a esperanza no
porvir que agroma dun escepticismo ou un pesimismo envolventes do pensamento do
autor, perseguido e desterrado fóra de Galicia polo seu suposto
anticlericalismo dende unha Compostela que recendía a incenso e loureiro benditos
en cada unha das súas rúas, pero onde entre indumentarias de feitura talar
tamén asomaba o credo contestatario e o pulo diverxente dalgúns heterodoxos liberais
e republicanos, federalistas ou non, de título e oficio universitarios. Esa
actualidade que o texto destila e os bos propósitos que nel aniñan constitúen
as principais motivacións que me levaron a rescatalo para difundilo de novo no
tránsito deste século encamiñado xa ao remate do seu cuarto inicial. E fágoo,
por un simple exercicio de economía lingüística, con leves supresións de adobíos
literarios que, ao meu ver, non mutilan ni alteran no substancial o urda da
achega, senón que pola contra fana máis accesible e despóxana de ociosos circunloquios.
Vaia
coa debida homenaxe de lembranza a Vicenti a expresión dos mellores desexos para
o ano 2024 no que acabamos de entrar. Que sexa con ventura e por ben.
***
ANI-NOVO
¡Oh tierra de Galicia, siempre
verde y hermosa, ora bajo los fuegos del estío, ora en medio de las invernales
brumas, y cómo se acuerdan de ti los desterrados! ¡Cómo echan de menos tu dulce
maternal regazo, durante las épocas consagradas por la tradición al amor de la
familia!
[…]
Este es el tiempo en que se
coronan las acacias. Detrás de la tapia de todas las haciendas, en el atrio de
casi todas las parroquias, y formando singular contraste con el verde profundo
de los cipreses y el leonado de los robles, cabecea elegantemente el árbol de
florescencias amarillas.
Llueve y ventea harto a menudo,
sálense de madre los ríos, ciérranse los horizontes, y se contristan los
ánimos, pero acaso no es sino para hacer más grato el sereno día que de cuando
en cuando amanece.
[…]
Reina en los campos un silencio, por decirlo así,
articulado, que se extiende en ondas como el sonido; un silencio preñado de
notas y de estremecimientos, que repercuten en el cerebro, sin atravesar los órganos
exteriores, semejante al zumbido que deben producir en el límite de la atmósfera
las convulsiones de los átomos, y en medio del cual vibra acaso en la extraña
limpidez el cacareo de alguna gallina o el clamor de la campana de la parroquia
llamando al Vía-Crucis de la tarde.
[…]
Tal fue el último día de diciembre,
en que, no pocos años ha, tuvimos ocasión de conocer una de las más populares
costumbres gallegas: la de los aguinaldos o ani-novos.
Al tocar en la fatal divisoria que
separa ese día del primero de una nueva e incierta etapa, parece como que el
espíritu reposa un punto en lo alto de una colina, desde la cual puede tender
los ojos a lo pasado y a lo venidero. Atrás suele quedar, a modo de camino
andado, el valle florido de la juventud, bajo cuyas frondas han encontrado sepultura
tantas ilusiones y tantos seres queridos; delante está el camino por andar, que
casi siempre figura un dilatado y pavoroso desierto.
Sea por esto, o porque la idea de
renovación, aneja al solsticio de invierno, da al tal día un carácter religioso
entre las razas de abolengo céltico, festéjasele aún hoy de la misma manera que
en las edades remotas se festejaba el dicho advenimiento del sexto día de la
luna. No va ya el druida, armado de su segur de oro, a recoger el sagrado
muérdago de la encina; pero gaélicos y bretones cuelgan todavía de la pared de
sus moradas un ramo del parásito simbólico, pasando bajo el cual pueden los
jóvenes besar a las doncellas; pero aún nuestros campesinos gallegos,
poniéndose en el sombrero algunas hojas secas de roble, recorren antes de la
media noche las aldeas comarcanas, y reciben el presente que les ofrecen los
sencillos moradores, deseosos de congraciarse con el año cuyo nacimiento se
avecina.
En grupos de cuatro, vestidos con
sus mejores ropas y precedidos por el gaitero, comienzan la extraña peregrinación
después del toque de las ánimas, y llegados ante cada puerta, entonan un canto
singular, casi sin ritmo, ni inflexiones, y más parecido a una desconsolada
oración que a un poético saludo.
Gallegas suelen ser las coplas en
algunas comarcas, tal como la reproducida y notada por el ilustre historiador
de Galicia, don Manuel Murguía, en el segundo tomo de su obra:
Despedida d’ano vello,
entradiñas d’ani-novo,
os señores de esta
casa
as teñan con grande
gozo;
pero, por lo general, y sobre todo en las provincias
de Pontevedra y Orense, se usa de preferencia el romance. Cosa muy natural si
se considera que nuestros compatriotas, en las circunstancias graves de la vida,
para dar mayor peso a la palabra o importancia mayor al asunto, tienen el
hábito de intercalar algunas palabras castellanas en medio del diálogo sostenido
en su ordinario dialecto [lenguaje].
–Aquí
están cuatro mancebos, –comenzaban y comienzan las oídas por nosotros en tierra
de la Ulla:
Aquí están cuatro
mancebos,
todos cuatro muy
cansados,
que vienen de lonxes terras
a buscar el aguinaldo.
Concluida la estrofa, cállanse las voces, y la gaita,
no acompañada en estos casos del tambor, prosigue ejecutando el tema, un tema
agudo, monótono, seguido, triste y lastimoso como deben ser los cánticos del
limbo.
El ama de la casa abre la puerta
del quinteiro y entrega a los postulantes, o una docena de huevos frescos,
o un pedazo de cecina o algunas monedas de cobre; el coro, agradecido, canta
entonces la copla de despedida, de cuya austera intención y delicada contextura
hacemos jueces a nuestros lectores:
En la casa de los
buenos
no caiga jamás el
rayo,
ni desate el pañizuelo
la mujer del hombre
honrado.
Y ya, partidos los mensajeros del
nuevo año, quédase en silencio por un instante la familia, escuchando con
cierta melancólica aprensión el doliente sonido de la gaita, que poco a poco se
debilita y se pierde.
Entre los que refieren el origen
de esta poética costumbre (común al país de Gales y a la Bretaña, cuyos
rondadores cantan, punto más o menos, las mismas coplas), a la expresión con
que se la designa, creen unos que aguinaldo equivale al gui-l’anneuf
(muérdago del año nuevo), de los druidas, y afirman otros, como el vizconde
Hersart de la Villemarque, que se deriva del eginané céltico (fuerza, germen,
primicia). Por nuestra parte, consideramos análogas entrambas versiones, puesto
que ninguna diferencia esencial se advierte entre la idea de la perpetua yerba
de oro, y la de una periódica renovación de los gérmenes o de las fuerzas
naturales.
En uno u otro caso, no resulta ni
menos curiosa ni menos primitiva esta fiesta profana del ani-novo o aguinaldo,
legada y conservada como signo y herencia de raza, a través de innumerables
generaciones.
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En las ciudades alemanas, el pueblo,
congregado en asamblea nocturna delante de la catedral o de la iglesia,
permanece inmóvil y con luces en la mano –para alumbrar al que viene– hasta el
punto en que suenan las doce en lo alto del campanario. En Inglaterra, la
familia, reunida en el salón, vela leyendo el libro de los Salmos, hasta que al
dar la hora solemne, se abren de par en par las puertas, y anuncia un joven la
llegada del huésped ideal. En todos los países, lo mismo en el antiguo que en
el nuevo mundo, créese generalmente que alcanzan feliz realización los votos
hechos durante el breve minuto en que se dicen adiós y se abrazan el año
muerto y el recién nacido.
Tal queremos creer nosotros –que
no en vano las almas, desdeñando la positiva evidencia, suelen prendarse de la
vaga superstición–, y he ahí por qué en el crítico instante hemos formulado, en
nombre del país natal, un ferviente voto, del cual ni en 1881, ni acaso nunca,
nos será dado asistir al dichoso cumplimiento. No importa. Al detenerse un
punto en la anual divisoria, los tristes y los fatigados, llenos de terror ante
la aparición de lo porvenir, y resistiéndose a abandonar lo pretérito, o
desconfían, o blasfeman, y de buen grado, reclinarían la cabeza en una piedra
para descansar al fin en brazos de ese sueño de que no se despierta nunca; los
animosos, los que comprenden y aceptan la vida como una verdadera batalla,
dirigen una mirada suprema a los dolores y a los placeres perdidos, guardan
bien las amadas imágenes en lo profundo de la memoria, y descendiendo por el repecho,
continúan valerosamente la jornada.
¡Plegue a Dios otorgarnos la resignación
de estos, y a nuestro país la fuerza suficiente para perseverar, siquiera ya no
le asista la esperanza del triunfo!
Duro y amargo es el presente.
Nuestra raza figura entre las familias desdichadas, a quienes volvió la espalda
la fortuna, dejándolas caer en el seno de nacionalidades mayores; condenada
siempre al ostracismo, podrá no estar ya sometida a la tiranía de la espada,
pero aún lo está a la de la inteligencia, que prefiere cerrar los ojos a la luz
antes que reconocer los graves errores cometidos. Debemos, pues, fortificarnos
para conseguir esta última y pacífica victoria. Ya que Galicia no se halle en
aptitud de figurar como nación en lo venidero, recójase al menos en el santuario
de lo pasado, y guarde cuidadosamente sus tradiciones, su lengua y sus
costumbres. Así llegará un día en que aparezca grandiosa y revestida con el
prestigio de la unidad, ante aquellas otras colectividades que por haber
renegado de su abolengo apenas si tienen ya ni voluntad ni fisonomía propias.
Tales han sido, tales son nuestros
votos de año nuevo. Agitando el ramo del muérdago, el gui sagrado y simbólico,
los hijos del Norte gritaban poco ha: ¡eginané! ¡Aguinaldo! ¡El grano
germina!
Creamos nosotros, que en efecto,
va a clarear la luz y a geminar el grano en nuestra tierra; trabajemos y perseveremos
tal como si nos estuviera reservada la dicha de cosechar el fruto. «Los que
sembraron con lágrimas, dice el salmista, con regocijo segarán. Irá andando y
llorando el que lleve la preciosa simiente, mas volverá con gozo trayendo sus
gavillas».
Alfredo Vicenti
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Nadal en Compostela, 2023
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